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El Salto de Léucade

Pues cuando te miro a ti un instante, entonces me parece
que no puedo decir ni una palabra más,
sino que silenciosamente mi lengua se ha roto,
y de pronto un fuego sutil se ha extendido bajo mi piel,
no veo nada con mis ojos
y mis oídos zumban.
Un sudor frío me resbala hacia abajo y un estremecimiento
se apodera de todo mi cuerpo, y estoy más pálida
que la hierba, y me parece que me falta poco
para estar muerta.

Safo de Lesbos

Todos hemos creído morir de amor alguna vez. Las lágrimas que echan raíces en la piel, los rostros invisibles en los espejos, ese último timbrazo en los oídos de una voz desfigurándose. La muerte en vida. Y pasamos los días buscando un antídoto, una cura… ¿qué se hace para curar el mal de amores? ¿dónde se consigue otro corazón? ¿un clavo saca a otro clavo? ¿cuántos clichés se necesitan para olvidar? De repente el vacío.

Un paso al vacío era, en otro tiempo, la cura para el mal de amores. Lo interesante es que el vacío era un acantilado de más de 30 metros que caía al mar Jónico.

Mitología

Historias de amor las hay más que almas en la historia de la humanidad. Las líneas que escribe cada una son únicas, por más parecidas que parezcan y siempre existirá una que nos llene (o nos vacíe) el corazón. En la mitología griega las historias de amor suelen contener algunas gotas de tragedia, o todo un mar, como en este caso.

El mito del salto de Léucade comienza con el loco amor que Afrodita, diosa del amor y la belleza, sentía por Adonis, dios hermoso y eternamente joven que no le correspondía de la misma manera pues se dejaba adorar por todas las diosas del Olimpo. Ares, dios de la guerra, cuya amante favorita era Afrodita, cegado por los celos ante tal situación, se transformó en jabalí y destrozó con sus colmillos al joven teniendo como testigo a su enamorada provocándole un desconsuelo irremediable.

Afrodita visitó el Oráculo de Delfos solicitando a la pitonisa un remedio para su mal de amores. El consejo que recibió fue lanzarse al mar desde un acantilado de la isla y, desesperada en su desdicha, saltó sin pensarlo. Cuando salió del agua no tenía un solo rasguño (a pesar de caer entre las rocas) y, sobre todo, aquel dolor quemante de su pecho por la falta de Adonis había desaparecido. Así comenzó el mito del salto de Léucade.

Después de Afrodita un sinfín de corazones rotos, provenientes de toda Grecia, llegaban al acantilado para seguir los pasos de la diosa en busca de consuelo. Pocos fueron los mortales que sobrevivieron al salto, entre ellos el poeta Nicóstrato, con la recompensa de verse libres de su pena.

La mortal más recordada por este ritual es Safo de Lesbos, la gran poetisa también llamada la Décima Musa, y conocida en su tiempo por fundar una academia donde enseñaba a chicas jóvenes artes como literatura, canto y danza. A lo largo de su vida Safo se enamoró de varias discípulas a quienes escribía poemas, pues su pluma era verdaderamente genial y, aunque en 1073 el papa Gregorio VII intentó acabar con su legado quemando los manuscritos de su obra, se lograron rescatar unos pocos y es necesario remarcar que influyó a poetas como Horacio, Ovidio y Catulo.

Al final fue el joven Faón, que también robó suspiros a Afrodita, quien llegó con mala estrella a su vida, pues Safo se enamoró locamente de él e intentó hasta lo imposible por ser correspondida sin lograr más que constantes rechazos. Rendida ante su amor imposible, la poetisa encaminó sus pasos hasta el salto de Léucade buscando acallar el dolor inefable de su corazón. Su final no fue como el de Afrodita, pues Safo luego de caer en las aguas del mar Jónico no volvió a salir jamás.

Léucade como destino

Grecia es, sin duda, insuperable cuando se trata de viajar en el tiempo pues su geografía está repleta de escenarios donde los espíritus de dioses, héroes y otras criaturas de la mitología, preservados en infinidad de pergaminos, vuelan libres.

La isla de Léucade, también conocida como Leucas o Lefkas, es la cuarta más grande del mar Jónico y se encuentra al norte de Ítaca y Cefalonia. Con un clima mediterráneo de veranos calurosos e inviernos fríos, es un destino único donde convergen las montañas, los campos repletos de cipreses, olivos y naranjos, playas de arena exquisita y aguas de azules vibrantes, y acantilados de piedra blanca.

Léucade, por ser una isla pequeña es ideal para los road trips, pues de punta a punta el trayecto es de menos de dos horas. Para comenzar el viaje es obligatorio visitar el castillo medieval de Agia Maura, construido en 1300 para proteger la isla de los piratas, pero a lo largo de los siglos sobrevivió a un gran número de enfrentamientos y conquistas, y estuvo en manos de diversos imperios como el Bizantino, el Reino de Sicilia, el Otomano, e incluso el Imperio de Napoleón.

Después te espera la capital homónima de la isla, un acogedor puerto para recorrer las calles, la plaza principal, comer y ver el atardecer, además de visitar el museo arqueológico de la ciudad que nos cuenta su historia desde el Paleolítico hasta la época romana tardía. Muy cerca se encuentra el monasterio de Panagia Faneromeni, construido en 1634 donde antes se erigió un templo a Artemisa. Luego de que un incendio en el siglo XVIII lo derribara por completo, el edificio se reconstruyó por completo y hoy alberga un museo eclesiástico cuya colección consta de objetos bizantinos como íconos, manuscritos y evangelios.

En la isla encontrarás bastantes pueblos, entre montañas o al pie del mar, pero uno de los favoritos es Athani, pueblo panorámico de arquitectura tradicional, con iglesias pequeñas y casas antiguas, muy cercano al lugar más fascinante de la isla, el Cabo Lefkada. Desde aquí podrás admirar no solo el faro, construido en 1890, y un antiguo templo que se cree fue construido en honor a Apolo, sino la grandeza del mar Jónico y su azul inefable hasta perder la vista en las islas de Ítaca y Cefalonia.

La tierra cae por los acantilados de piedra blanca, mítico lugar donde, recordemos, Afrodita, Safo de Lesbos y otros tantos mortales se lanzaron al mar en busca de la cura para el mal de sus corazones.

 

Safo en Léucade (1801)
Antoine-Jean Gros
Museo Baron Gérard, Bayeux

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